martes, agosto 03, 2010

Los colores del cielo

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Confieso que soy un nostálgico irremediable, quizá demasiado para estos tiempos, algo con lo cual gustosamente llegaré hasta el final de mis días, pues en estos tiempos donde todo está a la distancia de un clic, no creo que la memoria de las cosas y los hechos se tenga que reducir a un artículo de wikipedia o a un esnobismo “retro” para darnos cuenta de cómo ha pasado el tiempo, por el contrario, creo que la memoria de las cosas vividas debe ejercitarse, de hecho, es un ejercicio saludable, pues a menudo nos conviene recordar nuestros orígenes y tener en cuenta los pasos que hemos dado a lo largo de nuestra vida para darnos cuenta de nuestra pequeñez y la bendición que la Providencia nos ha otorgado en las cosas sencillas.

En virtud de ello, y observando el cielo azul en un dia de julio, me ha dado nostalgia de otras épocas y otros elementos, lo cual ha conmovido sobremanera mi mente y mis entrañas; ver el cielo vespertino despejado con un azul sobrecogedor en pleno verano quizá no sea muy particular, salvo que en otras épocas, el cielo estival de mi ciudad era salpicado por decenas de cometas multicolores y con muchas formas que ofrecían un espectáculo maravilloso y en las que el sentimiento de libertad era más notorio que nunca, éramos adolescentes y elevando las cometas nos sentíamos como pájaros que respiraban libertad al transgredir el paisaje con nuestros artilugios de polipropileno.
Así de intenso era el sentimiento cuando las piolas se enredaban y las cometas caían en picada posiblemente a un vecindario peligroso o con la amenaza de enredarse en un cable de energía, algo que indicaba que un desventurado niño acaba de vivir una trágica jornada y asimismo algo de lo cual hoy en día no existe ninguna muestra en nuestro paisaje urbano. Como han cambiado los tiempos.

Confieso que lloré cuando perdí mi cometa delta gracias a un nudo mal hecho que se desató en pleno aire con paradero desconocido, así como cuando una desgraciada ama de casa afanosamente estiró el brazo con tijera en mano para cortar la cuerda y apropiarse de la cometa hexagonal de mi hermano acabando con mi alegría sabatina… pero hubo momentos de alegría indescriptible, como cuando la cometa de mi hermano se enredó milagrosamente en los cables de la casa de un amigo luego de haberse deshecho el último nudo que aseguraba el hilo a la madeja lo que hizo que corriéramos desesperados tratando de atrapar el escurridizo hilo por la calle central de mi barrio… grande fue la celebración cuando la recuperamos así como grandes eran las alegrías cuando con mi padre, unos cuantos amigos y cortaúñas en mano recuperamos innumerables veces nuestras cometas de las manos de algún ladronzuelo. Era la misma alegría que se sentía al comprar una cometa, diversión garantizada a muy bajo precio con el valor agregado de la poderosa sensación de libertad que otorga el rayar ese inmenso lienzo azul con nuestros aeroplanos de $ 3500, algo que ninguna pantalla LCD ni ninguna consola ni siquiera está cerca de poder brindar.

Vibra mi corazón recordando el cielo plagado de esos artilugios artesanales y las tardes inolvidables de nuestras vacaciones, y me conmueve ver el cielo despejado con un azul profundo pero sin cometas, con días soleados pero sin vientos, con calendarios escolares cambiados y con jóvenes consumidores de tecnología pero con el alma presa de los vicios.
La gran superficie sobre la cual se desarrollaba esta danza de piolas y plásticos es el imponente cielo azul, algo sobrecogedor especialmente si se observa detenidamente acostado sobre la hierba, y donde inmediatamente surge la sensación de estar en caída libre hacia un enorme telón, como si algo nos insinuara que ese lugar fuera nuestro destino, y despertando un sentimiento de libertad que medianamente se puede comparar con el que sienten los afortunados pájaros al planear por las corrientes de aire que utilizábamos con nuestras cometas para rayar ese inmenso lienzo azul.

La jornada terminaba cuando caía el sol y se asomaba la luna creciente casi invisible con el bullicioso resplandor de Venus y unas cuantas estrellas acompañado del viento frío que golpeaba nuestras caras, luego de recoger y desenredar la cuerda llegábamos a casa acompañados de nuestro fiel perro compañero de aventuras con la misma satisfacción que siente un piloto que luego de tocar las nubes y sumergirse en el océano atmosférico, llega a casa a darle un beso a su esposa y a contarle miles de historias a su pequeña niña en sus brazos.

Prometo que me convertiré en el proveedor de pinceles y colores para que mis hijos pinten el cielo con estrellas, círculos, platillos voladores, alas delta, figuras geométricas y experimenten la misma libertad que compartimos en tiempos donde no habían afanes y donde nada importaba, con la compañía de los amigos, las cometas, el perro mascota del barrio y la sonrisa infantil dibujada en el rostro de mi hermano… 

3 comentarios:

Miranchurito dijo...

Recordé cuando construía cometas con mi papá (generalmente fabricadas en plástico verde, el color del Cali jajaja) y las hacíamos volar en la loma que quedaba cerca a tu casa, donde ahora todo es concreto. Esos momentos no se pueden comparar y aunque el tiempo cambia, lo bueno es que los recuerdos que quedaron nos vuelven a alimentar de alegría el corazón!! Un abrazo y reitero mi gusto hacia tu blog.

PandeQueso dijo...

Lastimosamente ya ocuparon la loma con ladrillos y cemento y como si fuera poco ya hasta el viento se ausentó...
Gracias por tus comentarios, esto de bloguear es agarrador y que bueno saber que eres lectora fiel.
Avisame cuando puedo colaborar con una entrada en tu sitio, prometo hacerlo con el mayor gusto.
Un abrazo!!

Dani Good dijo...

las ciudades son un cancer en la tierra