miércoles, agosto 25, 2010

Pequeña dosis de sicodelia

Hice algo que en mi vida nunca imaginé hacer, ¡fui a un concierto de Aterciopelados!

El pasado sábado en una tarde de desprograme y para dejar colgado de la brocha al tedio y al aburrimiento en la noche sabatina en mi casa, decidí ir al concierto de Aterciopelados, ¿con cuál motivo? simplemente por solidaridad con la euforia de mis amigos, más que por decisión surgida a partir del análisis de mis gustos musicales, y confieso que la pasé bien, aunque no soy fan de su música y es mucha sicodelia para mi estilo.
Llegué a la plaza principal para ver la excelente y deliciosa presentación de cumbias, porros y sabores de la costa norte colombiana por parte de “Tambores y otros demonios” en la que recordamos con un coro apasionado el agradecimiento a nuestras progenitoras “por habernos parido machos” con el sabor caribeño que calentó la noche, además del sorprendente tono ‘cojteño’ entonado por una digna hija del Galeras, mi amiga de tiempos colegiales Adrianita Benavides; para que luego de un breve intervalo se diera paso a la presentación de Aterciopelados, con la intrépida Andrea Echeverri y el taciturno Héctor Buitrago acompañados por un indígena Lakota norteamericano. El ritual - digo concierto – inició con unas palabras por parte del indígena y un ritual de adoración a la naturaleza que sirvió de introducción a la canción “La pipa de la paz”, tan cara a la ocasión. Mención aparte merece la espectacular indumentaria del nativo Lakota y su arreglo de plumas.

Luego de la primera canción, los aterciopelados fumaron la pipa de la paz y Andrea soltó el humito en honor de nosotros los asistentes, bonito gesto de Andrea aunque en particular prefiero que me recuerden en una oración en el nombre de Jesús, que en una exhalación de humo ritual a algún espíritu errante.

Panteísmo, chamanismo, pacifismo y buen rock impregnó la noche aterciopelada; y mientras la muchedumbre coreaba a todo pulmón cada canción, yo sentía la desazón de no ser un devoto seguidor del rock nacional y sumarme a la masa enajenada que vibraba con los cantos y gritos de Andrea, aunque confieso que canté la Baracunatana con toda la jaranga de calificativos, por una sola y sencilla razón: es la única canción que me sé la letra. Debo decir que me gusta más la versión de Lisandro Meza. Aunque la versión de Aterciopelados es una interesante fusión de cumbia, chucu-chucu y rock ¿verdad?

Esencialmente para los que asistimos, el concierto fue un completo servicio religioso, obviamente publicitado, presentado, empaquetado y consumido como algo cultural, pero fundamentalmente su temática, su puesta en escena y por supuesto su mensaje eran de un fuerte contenido religioso y espiritual de corte panteísta, y digo esto porque al igual que las reuniones en mi iglesia constan de alabanza, predicación, aplausos, oración y la celebración de la santa cena,  el concierto ofreció exactamente lo mismo; alabanza, oración, aplausos, ofrendas, celebración de un acto ritual, invocación a espíritus y la predicación con referencias, amonestaciones y promesas, encuadradas en cada estrofa, ¡hubo hasta exorcismos con gritos y todo!

Debo reconocer que Andrea y sus muchachos son muy buenos predicando y ministrando el espíritu de la Pachamama, pues tienen todo el tiempo a la gente expectante, emocionada, ida de este mundo y ya quisieran muchos líderes tener el poder de convocatoria que demostraron aquella noche.

Me causa curiosidad e inquietud la temática religiosa del espectáculo, pues pese a lo romántico e idealista de sus líricas, el mover espiritual en ese evento fue palpable, salvo que sospecho, especulo y creo que el Espíritu Santo no es la misma Pachamama, ni que haya un exorcismo exitoso sin invocar el poder de Cristo, y definitivamente creo que el único que trae paz al corazón del hombre es Cristo, no algún extraño espíritu de la naturaleza; por otra parte, fue dramática la manera en que la muchedumbre participaba ya sea a manera de agüero o tomándolo en serio, en el acto ritual; mención aparte merece la valoración de la superstición, el panteísmo y el animismo por parte de aquellas mentes que reniegan de la existencia de Dios pero abren sus mentes y consciencias a cualquier fuerza espiritual. Paradójicamente patético.

Por otra parte, Andrea Echeverri es un personaje que da para hablar, desde quienes la enaltecen por su música hasta quienes la denigran por su estilo un tanto arrebatado, pues sin temor canta sobre la marihuana, el periodo menstrual, el ser mamá, la política antidrogas, los derechos humanos y ya conocemos el catálogo de calificativos para las bandidas que inundan las historias de amor, solo que otros las dicen de manera diplomática en cambio Andrea saca el estrato cero para referirse a ellas, podríamos decir que Andrea es una mujer que habla como un hombre y eso forma parte de su peculiaridad, una persona que hace las veces de catalizador de muchas emociones trancadas en sus coetáneos y en sus congéneres. Su estilo demasiado arrebatado para mi gusto, pondría a la defensiva a muchos (sino vean la cara de niño regañado que tiene Hecticor), y ya quisiera ver a muchos de sus fans en un parche de su estilo, a ver si aguantan una mujer de ese voltaje y esa extroversión en un mundo de apariencias como el que tenemos.

Musicalmente la presentación estuvo sin problemas salvo algunos detalles del sonido y mi mala ubicación que me dejó sordo del oído derecho hasta el lunes en la noche. Me gustó mucho el sonido de la segunda guitarra y el charango; el baterista ni se diga; Héctor muy bien en el bajo salvo una desconcentración leve  aunque pudo haber pasado desapercibido ante el derroche de energía de Andrea; fue un buen toque adornado con algunos fuegos artificiales que otorgaron los arreboles en una noche fría en la capital nariñense.

En resumen, Andrea y sus amigos tocaron con feedback, nos dijeron mariquis, se fumaron la pipa de la paz, nos regalaron su humito, se cagaron de risa, exorcizaron la violencia, nos dijeron que el cielo es azul y la vida color de rosa (si, ¡cómo no!), nos regalaron unos frisbees de papel maché y a este apático de su música le regalaron una animada noche de sábado y una entrada más en este blog. 

¡Gracias Muchachos!

martes, agosto 03, 2010

Los colores del cielo

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Confieso que soy un nostálgico irremediable, quizá demasiado para estos tiempos, algo con lo cual gustosamente llegaré hasta el final de mis días, pues en estos tiempos donde todo está a la distancia de un clic, no creo que la memoria de las cosas y los hechos se tenga que reducir a un artículo de wikipedia o a un esnobismo “retro” para darnos cuenta de cómo ha pasado el tiempo, por el contrario, creo que la memoria de las cosas vividas debe ejercitarse, de hecho, es un ejercicio saludable, pues a menudo nos conviene recordar nuestros orígenes y tener en cuenta los pasos que hemos dado a lo largo de nuestra vida para darnos cuenta de nuestra pequeñez y la bendición que la Providencia nos ha otorgado en las cosas sencillas.

En virtud de ello, y observando el cielo azul en un dia de julio, me ha dado nostalgia de otras épocas y otros elementos, lo cual ha conmovido sobremanera mi mente y mis entrañas; ver el cielo vespertino despejado con un azul sobrecogedor en pleno verano quizá no sea muy particular, salvo que en otras épocas, el cielo estival de mi ciudad era salpicado por decenas de cometas multicolores y con muchas formas que ofrecían un espectáculo maravilloso y en las que el sentimiento de libertad era más notorio que nunca, éramos adolescentes y elevando las cometas nos sentíamos como pájaros que respiraban libertad al transgredir el paisaje con nuestros artilugios de polipropileno.
Así de intenso era el sentimiento cuando las piolas se enredaban y las cometas caían en picada posiblemente a un vecindario peligroso o con la amenaza de enredarse en un cable de energía, algo que indicaba que un desventurado niño acaba de vivir una trágica jornada y asimismo algo de lo cual hoy en día no existe ninguna muestra en nuestro paisaje urbano. Como han cambiado los tiempos.

Confieso que lloré cuando perdí mi cometa delta gracias a un nudo mal hecho que se desató en pleno aire con paradero desconocido, así como cuando una desgraciada ama de casa afanosamente estiró el brazo con tijera en mano para cortar la cuerda y apropiarse de la cometa hexagonal de mi hermano acabando con mi alegría sabatina… pero hubo momentos de alegría indescriptible, como cuando la cometa de mi hermano se enredó milagrosamente en los cables de la casa de un amigo luego de haberse deshecho el último nudo que aseguraba el hilo a la madeja lo que hizo que corriéramos desesperados tratando de atrapar el escurridizo hilo por la calle central de mi barrio… grande fue la celebración cuando la recuperamos así como grandes eran las alegrías cuando con mi padre, unos cuantos amigos y cortaúñas en mano recuperamos innumerables veces nuestras cometas de las manos de algún ladronzuelo. Era la misma alegría que se sentía al comprar una cometa, diversión garantizada a muy bajo precio con el valor agregado de la poderosa sensación de libertad que otorga el rayar ese inmenso lienzo azul con nuestros aeroplanos de $ 3500, algo que ninguna pantalla LCD ni ninguna consola ni siquiera está cerca de poder brindar.

Vibra mi corazón recordando el cielo plagado de esos artilugios artesanales y las tardes inolvidables de nuestras vacaciones, y me conmueve ver el cielo despejado con un azul profundo pero sin cometas, con días soleados pero sin vientos, con calendarios escolares cambiados y con jóvenes consumidores de tecnología pero con el alma presa de los vicios.
La gran superficie sobre la cual se desarrollaba esta danza de piolas y plásticos es el imponente cielo azul, algo sobrecogedor especialmente si se observa detenidamente acostado sobre la hierba, y donde inmediatamente surge la sensación de estar en caída libre hacia un enorme telón, como si algo nos insinuara que ese lugar fuera nuestro destino, y despertando un sentimiento de libertad que medianamente se puede comparar con el que sienten los afortunados pájaros al planear por las corrientes de aire que utilizábamos con nuestras cometas para rayar ese inmenso lienzo azul.

La jornada terminaba cuando caía el sol y se asomaba la luna creciente casi invisible con el bullicioso resplandor de Venus y unas cuantas estrellas acompañado del viento frío que golpeaba nuestras caras, luego de recoger y desenredar la cuerda llegábamos a casa acompañados de nuestro fiel perro compañero de aventuras con la misma satisfacción que siente un piloto que luego de tocar las nubes y sumergirse en el océano atmosférico, llega a casa a darle un beso a su esposa y a contarle miles de historias a su pequeña niña en sus brazos.

Prometo que me convertiré en el proveedor de pinceles y colores para que mis hijos pinten el cielo con estrellas, círculos, platillos voladores, alas delta, figuras geométricas y experimenten la misma libertad que compartimos en tiempos donde no habían afanes y donde nada importaba, con la compañía de los amigos, las cometas, el perro mascota del barrio y la sonrisa infantil dibujada en el rostro de mi hermano…